Conversaciones con Gonzalo Rojas
por Juan Gabriel Araya *

* Juan Gabriel Araya. Profesor titular de Literatura Chilena e Hispanoamericana de la Universidad del Bío-Bío y escritor. Es autor de la novela 1891: entre el fulgor y la agonía, que obtuvo el primer premio en concurso nacional convocado por la Cámara Chilena del Libro en 1989, y de numerosas otras obras. Es Premio Municipal de Arte de la ciudad de Chillán y director de la Sociedad Chilena de Estudios Literarios.

 

Gonzalo Rojas, nacido en Lebu (1917), se manifestó como un poeta de voz madura y muy personal desde su primer libro importante: La miseria del hombre (1948). Su impresionante curriculum registra la actividad de una vida consagrada por entero a la creación, la docencia y la difusión de la literatura. Ejerció la docencia en Valparaíso de 1948 a 1952, y en, la Universidad de Concepción desde 1952 hasta 1971; allí fundó talleres e escritores dedicados al proceso creador y a la investigación de la narrativa, el ensayo, la crítica y el teatro. Por los mismos años organiza y dirige importantes encuentros nacionales e internacionales de escritores y científicos. Durante el curso 1974-1975 fue Profesor Titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad alemana de Rostok, y de 1975 a 1979 en la Universidad Simón Bolívar de Caracas, donde dirigió la Sección de Investigaciones Literarias. Posteriormente, ha sido Profesor Visitante en las universidades norteamericanas de Columbia, Pittsburgh, Chicago y Texas. Ha dictado conferencias en España, Japón, Alemania, Unión Soviética, Checoslovaquia, Italia, Estados Unidos y en casi todos los países hispanoamericanos. En Chile reside en la ciudad de Chillán.

Es Miembro de Honor de la Sociedad Chilena de Estudios Literarios y Profesor Emérito de la Universidad de Concepción y de Brigham Young University (USA), de la cual es Profesor y Escritor Residente. Su obra ha sido traducida al francés, inglés, alemán, ruso, italiano, checo, fines, chino, rumano y griego. Ha obtenido numerosas distinciones internacionales. La última es el Premio "Reina Sofía" de España, sobre poesía hispanoamericana, dotado con 60 mil dólares y que disputó con medio centenar de poetas.

A su obra se han referido importantes personalidades de las letras hispanoamericanas y universales: Carlos Fuentes, Vicente Huidobro, José Olivio Jiménez, José Lezama Lima, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, José Emilio Pacheco, Ricardo Gullón, Ernesto Sábato y Octavio Paz. En Chile su obra ha sido estudiada en la mayoría de los centros importantes, en especial en la Universidad de Concepción y en la Universidad del Bío-Bío.

El viernes 13 de noviembre, el jurado presidido por el ministro de Educación, Jorge Arrate, designó como Premio Nacional de Literatura al poeta Gonzalo Rojas Pizarro, nacido en Lebu en 1917 y residente en Chillán desde hace diez años. Actualmente hace uso de su año sabático como profesor de la Universidad de Utah, de Salt Lake City, Estados Unidos. Gonzalo Rolas es también Profesor Emérito de la Universidad de Concepción.

 

OBRA LITERARIA

Cuaderno secreto. Lebu, Edición Golfo de Arauco, 1936.

La miseria del hombre. Ilustraciones de Carlos Pedraza. Valparaíso, Imprenta Roma, 1948.

Uno escribe en el viento. Concepción, Imprenta Universitaria, 1962.

Contra la muerte. Santiago, Editorial Universitaria, 1964.

Oscuro. Caracas, Monte Ávila Editores, 1977.

Transtierro. Colección de poesía Nos queda la palabra. Madrid, Editorial Taranto, 1979.

Del relámpago. Colección Tierra Firme. México, Fondo de Cultura Económica, 1981. Segunda edición, 1984.

50 poemas. Ilustraciones de RobertoMatta. Santiago, Ediciones Ganímedes, 1982.

El alumbrado. Santiago, Ediciones Ganymedes, 1986.

Materia de testamento. Ilustraciones de Roberto Matta. Madrid, Ediciones Hiperión, 1988.

Desocupado lector. Madrid, Ediciones Hiperión, 1990.

Antología de aire. México, Fondo de Cultura Económica, 1991.

 

JUICIOS CRÍTICOS

Gracias a ellos, a Lugones, a Huidobro, a Neruda, a Gorostiza, a Vallejo, a Lizcano, a Lezama Lima, a Gonzalo Rojas, los novelistas entramos en posesión de nuestro lenguaje. (Carlos Fuentes).

Lo que sé a veces es recibir el relámpago violento de la creación efectiva, de lo genuino, y eso lo he experimentado con su libro. (Gabriela Mistral)

Hacía mucho que yo no leía poemas tan intensos, palabras cargadas de la verdad de este mundo y quemadas por el roce del otro. Poesía en los límites y de los límites. (Octavio Paz)

¿Por qué azares del destino e incurias de la crítica el reconocimiento del gran poeta Gonzalo Rojas es todavía negocio de iniciados? Sólo la rareza de sus libros (La miseria del hombre y Contra la muerte) puede explicar este fenómeno de ignorancia que, a mi juicio, constituye un escándalo que exige inmediato remedio. Es preciso y urgente situarle en su lugar, sacarle del silencio al proscenio, junto a los grandes, los iguales de su tiempo, que es el nuestro. (Ricardo Gullón)

 

SU PALABRA DE AIRE

- A mí me parece que las referencias que se hacen de usted apuntan escasamente al mundo de infancia. ¿Es usted parco en entregar informaciones o bien piensa que la crítica ha descuidado ese rico material? ¿La infancia y la juventud constituyen un motivo poético en su poesía?

- En realidad no se ha tocado en profundidad el tema, no el tema sino la órbita de la infancia, ni la órbita de la adolescencia que son tan decisivas en la formación de un pensamiento poético, pero hay unos trabajos, por ejemplo el más completo de todos, el de Hilda R. May (publicado en Madrid, Hiperión, 1991). Hay allí una indagación minuciosa de la década 1917-1927. Están los dos momentos: el paraje natal que es Lebu y otro momento posterior, el de la infancia en Concepción a los 8 años (1926). Mi padre muere temprano, cuando yo tenía cuarto años. Muere en 1921. Son dos plazos de vida. El primer plazo es abierto, gozoso, de fascinación con el mundo natural; es Lebu con sus barrancos, sus ruidos, su mar, su oleaje; luego las piedras feas, sucias de Concepción.

- ¿Cómo estimó su madre, Celia, su afición por la poesía?

- Mi madre sólo reaccionó con su silencio. Tuvo la virtud del silencio y eso es maravilloso. Eso sí, sabía que tenía una sensibilidad mayor, pues celebraba en mí la destreza expresiva oral y la vivacidad de la palabra.

-¿En qué forma se lo celebraba?

- Riéndose, divirtiéndose, señalando la picardía, la libertad, la fuerza con que iba yo diciendo cada una de las cosas y sus aproximaciones. La dimensión imaginativa era la que más celebraba. Sin embargo, y a propósito de mis papeles que ella alcanzaría a ver, nunca me dijo nada ni tampoco de mis aparentes desasosiegos y mudanzas. Abandoné Concepción y me embarqué en Talcahuano, lloviendo, en un barco que se llamaba Fresia, de la Compañía Sudamericana de Vapores. Ella me va a dejar al barco y no me dice nada. Era fina, delicada, noble. Tenía una gran distinción en cuanto a ser sobria.

Me doy una vuelta por el mundo y cuando vuelvo al cabo de un año, y toco la puerta de mi casa en la calle O'Higgins, a la altura de la cuadra 16, ella sólo me saluda y me acaricia sin decirme nada. No por desinterés, sino porque era partidaria de un fundamento mayor: la libertad. Y esa libertad me la dio ella, sin duda, con esa actitud.

Dicho mundo está en textos observables. Allí se encuentran la infancia fresca, con encantamiento, y la infancia cruel. Una muestra de aquel Lebu que se evoca en su fragancia está en el poema, clásico ya, "Carbón"; en cambio "Orompello" entrega una mirada terca, la de las piedras sucias de Concepción. Con esas dos miradas se ilumina parcialmente la infancia.

Lebu, por otra parte, está vivo a lo largo de toda mi poesía, sobre todo en el exilio. Está presente con su espuma y sus arrecifes. En Lebu no hay una mirada de reojo, sino de permanencia. La infancia es permanencia. Es la infancia que me enlaza con el mejor pensamiento mistraliano. La gracia de la Mistral en el tratamiento de la infancia no está en la línea didáctica, está en la estabilidad esencial y permanente de esa suerte de estado de gracia que es la infancia.

- Se ha dicho, en términos generales, que la poesía chilena carece de humor, salvo excepciones que no mencionaré ¿Considera usted que dicha característica se aplica a su poesía?

- El humor en mí fue siempre hondo. Desde antes de empezar a escribir ya se había desarrollado en mí, casi podría decirse que bajo la forma de un humor negro.

- ¿"Victrola vieja" es un poema de humor?

- Sí. Te contaré que en mi pueblo, en mis visiones de niño, de algún modo, siempre vi el mundo como una ilusión humorística, como el sinsentido mismo. Por eso que más tarde me llamaron tanto la atención los verdaderos grandes humoristas, no aquellos del humor que es barato que detesto, sino los verdaderos. Cuando leía a los románticos alemanes, me detuve mucho en Lichtenberg, quien sí sabía reírse de este mundo con propiedad.

Entre otras cosas, afirma que el pensamiento es un cuchillo sin mango y sin hoja. No hay una visión más absurda que ésa. Por eso en mi poema "Orompello" acerca de mi infancia dije: "El viaje mismo es un absurdo".

- ¿Cuál viaje?

- El viaje de la vida. Ese viaje de ir pasando así o asá. O sea, el absurdo me funcionó a mí desde una época muy temprana. Un ejemplo del absurdo de que hablamos, es una foto que nos tomó un sujeto en un escañito de la plaza de Lebu. En aquella ocasión yo jugué a mostrar en ese mismo momento otra foto con mis manos, mientras me sacaban la foto a mí. Creo que ésta es una actitud absolutamente surrealista.

-Usted aparece en esa foto vestido de marinero.

- Estaba vestido como corresponde, como se usaba en la década del 20.

- En el transcurso de su vida ¿qué personas han contribuido a su formación poética? ¿Ha admirado a alguien en especial, a su profesor de Castellano, por ejemplo?

-No, no hubo nada de eso. Tal vez sí, a algunos compañeros. Había un muchacho que se llamaba Darío Contreras. Un cura -además- me llamó la atención. Se llamaba Guillermo Juneman Leconte y me llamó la atención porque sabía griego, latín, sánscrito y cosas raras para nosotros los muchachitos de aquella época. Era profesor de Español y escribía mucho en el pizarrón. En una oportunidad hizo ejercicios en arameo de una versión del Nuevo Testamento que preparaba para verterlo al español. Era un clérigo más bien heterodoxo, pienso yo, terminó sus días viviendo en Pingueral, paseando a orillas del océano.

-¿Cómo fue su vida recién llegado a Santiago?

- En Santiago conocí a mis amigos. Los elegía entre la gente graciosa. Me gustaba conversar con gente chispeante, que tomaba todo con humor, que se divertía con el pensamiento y con la seriedad de las palabras. Por eso no era raro que yo eligiera siempre entre mis amigos a gente estricta y chispeante a la vez.

Entre los más queridos estaban algunos estudiantes de Leyes, porque yo también estudié algo de eso. El más querido fue Jorge Solovera, un tipo que sabía leer por dentro y que tuvo plena confianza en lo que yo hacía. Cuando terminó sus estudios se convirtió en un penalista estupendo. Murió hace un buen tiempo, chocó en su auto.

- ¿Podría usted nombrar tres escritores que hayan influido en su poesía?

- Apollinaire. Lo leí con gran respeto. Lo recuerdo nítidamente, incluso recuerdo un libro suyo de carácter narrativo, llamado El poeta asesinato. Apollinaire es un tipo irreverente, divertidísimo, estupendo. Hay algo que yo admiraba de Apollinaire, algo que yo quería tener: esa formación tan honda en lo clásico y ese frescor tan libre que lo caracterizaba.

El segundo escritor podría ser Leopoldo Lugones. Lo leí y me comuniqué inmediatamente con él, en especial con su obra Lunario sentimental.

Ya entrado en el plazo mayor, es decir, en la madurez, releí mucho a Lautreamont, que aparece bastante en mi poesía. Éste es otro autor que leí muy temprano. No te extrañes que yo ponga a Lautreamont en el universo de la poesía.

- El crítico Ignacio Valente señaló en el diario El Mercurio del 31 de marzo de 1991 que es posible en su poesía realizar algún tipo de poesía religiosa ¿Qué opina usted de eso?

- Sí, yo creo que es posible una lectura religiosa, como lo señala él mismo. Pienso, eso sí, que una lectura no adentro de la ortodoxia, no de una determinada confesión religiosa. Quiero decir de un pensamiento que implique una búsqueda y que esa misma búsqueda sea un incendio del sentido aparente. El poeta debe ligar o religar una cosa con otra y ésta con otra cosa que no sabemos, pues el hombre no ha descifrado todas las cosas. Ya se sabe, el hombre tiene un cerebro con una funcionalidad escasa. La fisiología del cerebro está diciendo cuán limitados somos.

Ahora, en mí funciona una religiosidad muy cerca del pensamiento de los sufíes. El sufismo es una secta musulmana. Constantemente vuelvo sobre estos temas de carácter sacro. Por ejemplo, hablo en mi poesía de alumbrados. El alumbrado es un modo de iluminación. Es el tipo que ve más lejos que el común de los mortales. Los alumbrados son místicos de abolengo árabe, sufí. Al respecto considero que San Juan de la Cruz está muy enlazado con los sufíes, por eso es que yo amo tanto a San Juan, y por eso también -no te parezca raro- que yo mezclo a San Juan con Bataille, aunque éste sea un profano. Sin embargo, es un místico. Un místico casi desde el libertinaje.

-En la bibliografía crítica sobre su obra -que hasta la fecha discurre en trece volúmenes autónomos imbricados entre sí, desde La miseria del hombre (1948) a Antología de aire (1991)- parece prevalecer el asedio erudito en los ensayos y publicaciones mayores aparecidos en las últimas décadas. Lo mismo en sellos editoriales de España que de Hispanoamérica, de Alemania o de Estados Unidos. ¿Está usted de acuerdo con esta línea exegética de los letrados, de los que alguna vez ha hecho mención irrisoria en textos como "La lepra" y "Victrola vieja", o -lo mismo que el artificio de esa metódica- también le merece reservas la espontaneidad de un diálogo directo como éste?

-Ninguna de las dos cuerdas me parece objetable para entrar en la aproximación de esa otra aproximación mayor que es la poesía. Siempre dije -y eso ya está recogido allá por el 48 en una encuesta de Hugo Zambelli- que en realidad yo sé muy poco de poesía, aunque -claro- me ha atrevido con unos seiscientos ejercicios.

- A lo que me refiero es a que, en el recuento crítico-bibliográfico sobre su producción, no suelen incluirse algunas declaraciones suyas que ofrecen puntos de vista singulares en la órbita del autoanálisis, de la plasmación de su lenguaje, y de la recepción de éste. ¿Dónde están, por ejemplo, sus respuestas a Tomás Eloy Martínez en el Diario de Caracas(1977) o aquellas otras aparecidas en Babel, de Buenos Aires (1989), en la que despejó las 69 inquisiciones del cuestionario Proust, verdadero barómetro de escritores? Se impone una vez la pregunta: ¿Cree usted en el aporte, por lo menos lateral de la entrevista, o se le da, lo mismo que a Gullón, como un juego disperso y prescindible? (excuse el paréntesis: me refiero a Ricardo Gullón, muerto en Madrid hace un año, porque fue justamente una crítica suya en Ínsula (1977) la que le abrió a usted las puertas en España).

- No es que le hurte el cuerpo a función tan libre y oxigenante, pero de veras la entrevista no es mi fuerte y -ya en el orden del oficio mayor- nunca estuve por hilar otro hilo que el de mi proyecto poético. Lo que me harta hasta el hartazgo es el relumbrón de esa liturgia, la confidencia, el sobajeo, lo clownesco del figurón y también del preguntón, el "antes de mí", el "después de mí": esa impostura. Ahora que, por otra parte, hay entrevistas y entrevistas, y la apuesta siempre es difícil desde el momento que se trata de entrever, es decir, de ver y de no ver en el centelleo al mismo tiempo, y desde ahí mismo seguir viendo, como diría Roberto Matta. A este propósito, nunca he leído nada comparable -en Chile, por supuesto- a esas Conversaciones entre Matta, uno de nuestros "poetas" máximos, y nuestro músico-filósofo Eduardo Carrasco. Recuerdo que esas Conversaciones me ventilaron el seso en medida distinta por cierto que las de Eckermann con Goethe, guardando debidamente las proporciones áureas, pero de un modo tan fresco y riente como suele ofrecerse en los clásicos progenitores.

-Si uno lee y relee sus tres libros más próximos -ninguno de los cuales ha llegado nunca al país-, esto es, El alumbrado y otros poemas, en su segunda edición de Cátedra-Poesía, de Madrid, 1987, Materia de testamento y Desocupado lector, impresos asimismo en Madrid en 1988 y 1990, respectivamente, en el sello Hiperión –todos ellos de abundante crítica-se aprecia allí un lenguaje airoso, coloquial y extracoloquial a la vez, algo así como una sintaxis liberando conforme a1 juicio del exigente Eduardo Milán, de la planta de Vuelta (México). Y, además, uno registra su persistente vibración sombría, esa fidelidad a lo oscuro que viene desde su mocedad del 38, transida ahora de cierto desprendimiento gozoso, como si vejez y reniñez (la palabra es suya) se le dieran en una misma visión encantante. ¿Cómo se llega a eso?

- Todo un riesgo aclarar lo que yo mismo tengo oscuro, pero creo que la clave la ofrece el poema homónimo de ese libro El alumbrado, y hay que leerlo con pausa, o por lo menos sin apuro, en diálogo con textos aparentemente crípticos que habré escrito en otras fechas: "Oscuridad hermosa", "Al fondo de todo esto duerme un caballo", "Adiós a Holderlin", por ejemplo.

- No conocemos el material copioso que se ha venido publicando sobre su trabajo, pero vimos en Vuelta (México, noviembre, 1990) un juicio en el que se afirma que -de los herederos de la vanguardia- es usted el que puso a bailar todas las funciones del lenguaje en el poema. ¿Ajustado o desmesurado?

- No sé si he sido único, pero ya parece tópico aquello de querer ver una multiplicidad de sentidos en esta sintaxis, en contrapunto con lo uni-tonal de otros sistemas poéticos sin duda más coherentes que el mío.

- ¿Cómo lo ven los jóvenes de este plazo lírico en Chile?

-No sé si con desdén o como un mito antes del sudario. Por lo menos por dentro soy tan joven como ellos y me siento muy próximo a ellos. De lo que siempre estuve lejos es de la presunción tan característica del ciclo posterior al 73, cuando unos cuantos advenedizos más ignaros que arribistas exigían primera fila en la poesía "nueva" porque había que empezar de cero.

- ¿Y los mayores de 50?

- Bueno: los poetas son niños en crecimiento tenaz, y hace mucho que vengo reconociendo en ellos (véase mi poema "Al fuego eterno", que habré de enriquecer con unos cuantos nombres) las cuerdas de la poesía de Chile en el concierto entero latinoamericano. Porque basta de exagerar el portento del extremo sur como si -por haber tenido a la Mistral, a Huidobro y a Neruda- fuéramos los únicos o los mejores. La conciencia del límite, lo primero. "Humus" del mestizaje; ahí vamos germinando todos, de Darío a hoy.

 

En: Revista Atenea, Nº 465-466, Concepción, Universidad de Concepción, 1992.

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile