1.6. 1947-1957: Poesía y conducta. Arco del fundador hacia adelante y hacia atrás. Del largo aprendizaje.

Cuando uno recorre las décadas del poeta, advierte ciclos de producción y otros de aspecto casi estéril. Nunca fue pródigo en publicar y hasta cultivó la ascética del silencio, sin importarle que otros, acaso menos responsables ante el oficio mayor, figuraran vistosamente en la vitrina literaria. Tampoco tuvo dudas en cuanto a su capacidad crítico creadora pero jamás fue víctima de ninguna impaciencia. Prefirió callar largamente, tras la primera salida a ese ruedo publicitario que siempre le pareció tan sospechoso. Lo ha dicho una y otra vez; asumió la poesía como conducta -no olvidemos su progenie romántica-: ser poeta y vivir como poeta. Encima de los treinta se dio tiempo para todo: amó, luchó, construyó; se atrevió con el mundo. Ya no era aquel otro obseso de su mocedad que para concentrarse tiraba ese cuchillo sobre la mesa; él mismo era ahora la concentración en persona. Así, sin dispersión alguna, se hizo uno y múltiple a la vez. Dictó lecciones en Valparaíso día y noche, yendo y viniendo por los ascensores de los cerros, de un establecimiento a otro, más que como maestro, con el impulso de un muchacho, y enseñando, enseñando, vino a aprender por dentro las más estrictas líneas filosóficas y filológicas bebiendo siempre en las fuentes, sin caer nunca en el artificio pedagógico. Le gustaba sembrar la libertad en esos alumnos llevándolos a un diálogo en el que ellos lo vieran como otro aprendiz, ni más listo ni más sabio. Sin imitar a Sartre que practicaba el box con sus alumnos en el Liceo del Havre, participó en sus juegos y se arriesgó como uno más. Ya por la noche, la audiencia era otra: empleados, obreros, gente mayor que concurría a ese colegio nocturno tras la fatiga del trabajo y que en alguna medida le recordaban a los mineros de El Orito, "a quienes enseñó a leer en el silabario de Heráclito". También aprendió de ellos.

Por esos mismos días pensó que era bueno fundar otro instituto de enseñanza verdaderamente superior, a una escala académica de nivel primerísimo. No es que hubiera perdido la conciencia del límite, ni mucho menos. La audaz empresa germinó de tropiezo en tropiezo hasta formar o más bien reunir a un grupo de especialistas en humanidades, después de muchas alternativas, sin otro capital que su imaginación y su cabeza dura, todo ello a contrapelo del oficialismo de Santiago. -"Así es que usted presume ser otro Andrés Bello. ¿Desde cuándo?", díjole cierta vez el catedrático Claudio Rosales, gramático renombrado en esos años, cuyas clases de retórica parecen haber inspirado un poema de Rojas de alcance antológico, "La lepra". Como veremos, se trata de un texto indiscutiblemente expresionista, con mecanismos expresivos que van más allá de la desmesura. No dejaba de tener sus razones el Dr. Rosales para mostrar su reticencia frente a todo lo emprendido por su autor. Por nuestra parte, cada vez que leemos La miseria del hombre y nos encontramos con textos como el que transcribiremos aquí, recordamos las palabras de Walter Benjamin (1892-1940): -"Grande ha sido el tormento físico de su lectura", referidas a Kafka, según nota de Jesús Aguirre, traductor de la obra del autor judío-alemán al español:

Benjamin interpretó a Kafka luchando con él. En 1931, confiesa que hay en Kafka cosas que provocan en él una resistencia tan grande como "grande ha sido el tormento físico de su lectura" (1).

No necesita explicación nuestra reacción al texto que pasamos a copiar de imnediato en su totalidad (2):

LA LEPRA.

Todavía recuerdo mi clase de Retórica.
Ceremonia del Juicio Final. Un gran silencio
hasta que el Profesor irrumpía: "Sentaos".
"Os traigo carne fresca". Y vaciaba un paquete
de algo blando y viscoso
envuelto en diarios viejos como un pescado crudo,
sobre la mesa en que él oficiaba su misa.

"Capítulo Primero". "El estilo del hombre
corresponde a un defecto de su lengua". Y mostraba
una lengua comida por moscas de ataúd
para ilustrar su tesis con la luz del ejemplo.

"Mirad: la lengua inglesa no es la lengua española".
"Aquí tengo la lengua de Cervantes. Su forma
de espada no coincide
con el hueco del paladar". El Profesor hablaba
de condiciones, rasgos, influencias,
metáforas, estrofas. Y cada afirmación
era probada por la Crítica.

Ahora bien, los puntos de vista de la Crítica
-pobres cuencas vacías-
eran toda esa carne palpitante
saqueada a los distintos cementerios:
lenguas, dientes, narices, pulmones, vientres, manos
que un día fueron órganos de los grandes autores,
hoy tumores malignos servidos en bandejas
por profesores-asnos a discípulos-asnos
adentro de una sala-alcantarilla.

Donceles y doncellas extasiados
copiaban en "papeles" todas las proporciones
de una obra maestra: las leyes de la lírica,
la épica y dramática, causas y consecuencias,
la decadencia, el desarrollo
de las literaturas.

Ante tal entusiasmo,
el olor de los restos de los grandes autores
se mezclaba al olor de esos bellos
difuntos sentados en la silla de su propio excremento,
y una sola corriente de inmundicia era el aire,
mientras la admiración llegaba al desenfreno
cuando ese Profesor: "Si aprendéis -nos decía-
los requisitos de la creación,
seréis fieros rivales de Goethe, y superiores".

Y cerraba su clase.
Guardaba todos los despojos nauseabundos
en su paquete, y con la frente en alto,
coronado en laurel por su buen éxito
nos volvía la espalda como un Dios del Olimpo
que regresa a su concha.

Todavía recuerdo mi clase de Retórica
en que la vida y la belleza
eran un plato de carne podrida.

Yo tuve que cortarme la lengua en la raíz
para librarme de la lepra.

¿Se nos entenderá ahora la recurrencia de la cita: "grande ha sido el tormento físico de su lectura"?

Lo cierto es que el poema tuvo una difusión sin precedentes, entre los estudiantes universitarios, es claro; y tal vez sea éste uno de los motivos del silenciamiento de la crítica y de los profesores de literatura que se han empecinado en omitir a su autor -por años-de sus programas y bibliografías.

Pero volvamos a su idea de fundar un nuevo instituto de enseñanza verdaderamente superior.

Convincente como es, dialogó con medio mundo -apoyado por dos o tres personajes de la ciudad- y entre todos pusieron en marcha lo que a corto plazo sería la Universidad de Chile en Valparaíso.

Amor y pedagogía, siempre tuvo esa fuerte inclinación a entrar en los otros desde un diálogo fresco de línea más bien socrático sin el sello de los didactismos convencionales. Rojas parece haber recibido este otro don lateral de enseñar junto al don mayor de la iluminación creadora hasta el punto de que sus estudiantes -aun los más reticentes- reconocen en él a alguien que pensó siempre pensamiento genuino induciéndoles a ser, esto es a ser ellos mismos, en profundidad. Tal vez no les diera la información metódica, pero supo despertar en ellos la propia formación merced al ejercicio lúcido. Hemos hablado con alumnos suyos de los más diversos plazos -dieciocho de ellos son ahora profesores de literatura en los Estados Unidos-, que oyeron sus lecciones en colegios o universidades y el acuerdo es el mismo en cada uno: "Rojas me enseñó a leer; a leer por dentro el mundo". Pero, iconoclasta como es, pese a esta virtud docente ingénita en él, ha escrito algunos textos irreverentes -como el mismo que acabamos de leer, "La lepra"- sobre el tratamiento esquemático del fenómeno literario por "reducción metódica equívoca"; de ahí la soma y el desdén como en este otro, curiosamente escrito en el plazo en que él mismo estaba forjando una nueva facultad de letras (3):

VICTROLA VIEJA

No confundir las moscas con las estrellas:
oh la vieja victrola de los sofistas.

Maten, maten poetas para estudiarlos.
Coman, sigan comiendo bibliografía.

Libros y libros, libros hasta las nubes,
pero la poesía se escribe sola.
Se escribe con los dientes, con el peligro,
con la verdad terrible de cada cosa.

No hay proceso que valga, ni teoría,
para parar el tiempo que nos arrasa.
Vuela y vuela el planeta, ¿y el muerto?: inmóvil,
¡y únicamente el viento de la Palabra!
Qué te parece el disco de los infusos:
páginas y más páginas de cemento.
Que entren con sus guitarras los profesores
y el originalista de quince dedos.

Ese que tiene el récord y anda que te anda
descubriendo el principio de los principios.
El alfabeto mismo le queda corto
para decir lo mismo que estaba dicho.

Y al que le venga el cuero que se lo ponga
antes que lo dejemos feo y desnudo.
Bajarse del caballo. La cosa empieza
por el ser más abstracto. O el más abstruso.

Dele con los estratos y la estructura
cuando el mar se demuestra pero nadando.
Siempre vendrán de vuelta sin haber ido
nunca a ninguna parte los doctorados.

Y eso que vuelan gratis: tanto prestigio,
tanto arrogante junto, tanto congreso.
Revistas y revistas y majestades
cuando los eruditos ponen un huevo.

Ponen un huevo hueco tan husserlino,
tan sibilinamente heideggeriano,
que, exhaustivos y todo, los hermeneutas
dejan el laberinto más enredado.

Paren, paren la música de esta prosa:
vieja la vieja trampa de los sofistas.
A los enmascarados y enmascarantes
este cauterio rojo de poesía.

Permítasenos una infidencia: el autor de este texto ha dirigido decenas de tesis doctorales, ha asistido a innumerables congresos, no sólo a leer su propia producción poética, sino ponencias; ha sido profesor de Estética y Teoría Literaria en diversas universidades de América Latina, Europa y Estados Unidos, y difícilmente se encontrará en Chile una biblioteca particular, como la suya, más al día en todo lo que se escribe sobre la praxis poética, en diversos idiomas, además. Lo curioso, es que sigue pensando como pensaba en 1940 cuando escribió este otro breve texto recogido en Del relámpago:

LOS LETRADOS

Lo prostituyen todo
con su ánimo gastado en circunloquios.
Lo explican todo. Monologan
como máquinas llenas de aceite.
Lo manchan todo con su baba metafísica.

Yo los quisiera ver en los mares del sur
una noche de viento real, con la cabeza
vaciada en frío, oliendo
la soledad del mundo,
sin luna,
sin explicación posible,
fumando en el terror del desamparara.

¿Ethical criticism?, ¿ethics of reading?, sólo en los años recientes se han venido a hacer estos planteamientos desde estudios críticos más científicos. Es como si Rojas se hubiera adelantado a ciertas proposiciones sostenidas hoy, exigiendo respeto lo mismo al texto que al autor, al lenguaje y al lector.

Ya en 1952 lo vemos dar un salto aparentemente hacia atrás pero de hecho largamente hacia adelante: de Valparaíso a Concepción, donde gana un concurso nacional y pasa a ser fundador y jefe del Departamento de Español de esa Universidad, después de las querellas y adversidades frecuentes en estas lides. Tiene 35 años y, siempre con el sello de su imaginación, orienta otra etapa de esa Universidad: rigor en los estudios sistemáticos por una parte al mismo pone su biblioteca especializada al servicio de los alumnos y estudia con ellos hasta la alta noche-; y, a la vez, apertura a las grandes mayorías nacionales por medio de Escuelas Interdisciplinarias de Temporada y Encuentros Nacionales e Internacionales de Escritores. Más arriba hemos descrito la importancia fundadora de estos diálogos que -según la Directora de la Biblioteca del Congreso de Washington D.C., Georgette Dom- inauguraron un nuevo estilo de comunicación entre artistas y escritores del continente (4). Son, corno se ve, los años en que el autor practica otro modo de pensamiento creador al que él mismo ha llamado de "poesía activa". A este ciclo se ha referido in extenso Marcelo Coddou en su obra Poética de la poesía activa, de donde tomamos estas palabras del poeta Pedro Lastra, de University of New York at Stonybrook (5):

Los Encuentros de Escritores chilenos en 1958 y de Escritores americanos en 1959 y 1962, planeados, organizados puntualmente y dirigidos por Gonzalo Rojas, constituyen un caso ejemplar en la literatura hispanoamericana de este tiempo, y creo -sin hipérbole- que para justipreciar su importancia pueden compararse con algunas de las realizaciones fundadoras que conoció el siglo XIX como intento por definir nuestra identidad.(...) Esos encuentros (...) nos permitieron ver más claro en las realidades que eran la cultura nacional y continental; tomar conciencia de las limitaciones de la situación presente, empezar a saber lo mucho que nos quedaba, que nos queda, por hacer. Seguramente no nos dimos cuenta cabal en esa hora de algo que hoy, por momentáneamente perdido, podemos valorar en toda su magnitud: esos debates eran la concreción de una hermosa utopía de la libertad del diálogo y del coraje intelectual, la restitución de viejas cosas perdidas, que sólo un poeta como Gonzalo Rojas podía realizar por obra y gracia de la palabra y por su contagiosa fe en ella.

De hecho tales encuentros, previos al boom, restablecieron el espíritu del diálogo soñado y puesto en marcha en 1842 en Santiago de Chile, en los días polémicas de Sarmiento y Bello; todo ello en la década de Rojas que vamos examinando. Hay discursos, ponencias y formulaciones del poeta en dicho ciclo que bien merecen un análisis mayor, pero ya Coddou ha explorado este párrafo de su vida con exhaustividad.

En enero de 1990, fue llamado por la Universidad de Concepción -que lo expulsara en 1973 por la circunstancia política de entonces- a un reencuentro con los actuales escritores jóvenes del país, para que restableciera la tradición de los diálogos que Puso en marcha en 1958, pero que preparó desde que fundara las Escuelas de Temporada en 1955.

Antes, en el 53, visitó Europa por primera vez y ya entonces conoció a André Breton en persona, como asimismo a Benjamin Péret y a otros maestros del surrealismo. Después, en peregrinaciones sucesivas, recorrió prácticamente toda América, desde México al sur; todo lo cual le permitió un trato más y más directo con la realidad socio-cultural de esta parte del mundo.

Lo que quisimos en la revisión 1947-1957 fue algo muy parco y definido: establecer y verificar en este poeta las dos dimensiones que Sarmiento propusiera como claves necesarias en el siglo XIX: la contemplación y la acción hasta nueva orden, según la expresión del argentino. Rojas ha sido simultáneamente fiel a la una y a la otra y, partidario del "retroimpulso", como ha llamado a uno de sus poemas, ha sabido ver claro hacia atrás y también hacia adelante.

 

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile

 

 

Notas

(1) Walter Benjarnin, Iluminaciones/ 1. Traducción, prólogo y notas de Jesús Aguirre. Ed. Taurus, Madrid, 1971.

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(2) "La lepra", en La miseria del hombre, pp. 115-116.

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(3) "Victrola vieja", en Contra la muerte.

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(4) Personalmente le oímos este juicio a Georgette Dom en un simposium del lnstituto Iberoamericano celebrado en 1979 precisamente en Pittsburgh. Allí la Directora de la sección literaria invitó a Rojas a grabar en la Biblioteca del Congreso de Washington sus testimonios sobre los Encuentros de Concepción. La petición aún está pendiente, pues cuando en 1980 Rojas llegó a Washington D.C. con una invitación oficial, grabó para los archivos de la Biblioteca durante dos horas; pero sólo lectura de su poesía.

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(5) Queremos dejar constancia de las palabras de Marcelo Coddou: "... un último testimonio, doblemente valioso: por venir de quien viene, poeta y ensayista de Prestigio participante en los Talleres de Escritores (... ) y valioso también por su oportunidad: son las páginas con que Pedro Lastra presentó al autor de Oscuro en un ]recital de su poesía que éste diera en la décima tercera velada de la Asociación de Académicos Chilenos de Nueva York, el 19 de noviembre de 1980".

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