Crónica de Poesía


por Eduardo Milán


Gonzalo Rojas. Materia de testamento. Madrid, Hiperión, 1988.

 

Un libro, un único libro es la obra de Gonzalo Rojas. O, al menos, así quiere que la veamos el autor. En efecto, desde Oscuro (publicado en la década de los setentas en Monte Ávila Editores de Venezuela) esta obra viene en aumento y en cada entrega Rojas se las ingenia para hacernos caer en su circularidad. Nuevos poemas proyectan al presente antiguas entregas y, del mismo modo, antiguos poemas imponen un efecto de cristalización a los nuevos libros.

¿Por qué? ¿Cuál es el efecto buscado por el poeta? ¿Se trata de una anulación del tiempo creativo o de decretar que en una obra todo es lo mismo? Personalmente creo que se trata de la valoración que hace Rojas de la tradición. El momento estético que vivimos actualmente es una verdadera pugna por lograr un entronque con alguna idea de la tradición. A mayor conciencia crítica del artista corresponde una mayor problematización respecto a esa cuestión. Mientras algunos se empeñan en repetir modelos, crear "climas" y emprender un regreso acrítico a formas que nada dicen funcionalmente, otros, los menos pero mejores, tratan de valorar críticamente las posibilidades de díálogo con el pasado estético.

Los resultados de esa lucha no se dejan ver claramente todavía. Dentro de la poesía latinoamericana es patente una recaída en formulaciones clásicas, en un intento -vano a mi modo de ver- de búsqueda de una estabilidad frente al caos estético imperante. Se regresa entonces a una poesía de contenido por el contenido mismo, olvidando que el poema es una máquina esencialmente material, donde el contenido es producido por la forma y nunca le es anterior. Se regresa también a los grandes temas patentados por una manera retórica de ver el significado poético (la trascendencia está nuevamente a la orden del día), olvidando la lección de insignificancia temática que ha dado lo mejor del poema moderno. En otras palabras, frente a un presente que se manifiesta en forma caótica, se busca la consolación del pasado, sea este el que sea. Así, al contrario de un encuentro con el pasado lo que se produce es un verdadero choque, con la consecuente pérdida de valoración crítica. Por el contrario, una mirada crítica al pasado encontraría seguramente un eje dialógico muy claro: el de los fundadores de la concretud, el de la tradición de constructores del lenguaje, el de los hacedores. En ese eje, que en la poesía latinoamericana del siglo encuentra su momento de esplendor con los maestros herederos de la vanguardia (Lezama Lima, Octavio Paz, entre los más notables) se sitúa Gonzalo Rojas. El diálogo con la tradición, para estos poetas que heredan en cierta forma la mirada sincrónica de la poesía, la mirada actualizante de un "aquí" poético, es un problema moral. Se trata de una ética vitalista en la medida en que el compromiso con el pasado es hacerlo y verlo de nuevo a la luz de su funcionalidad presente. Así, paralelo al trabajo de hacedor, de creador de lenguaje, corre el trabajo de ser hablados por la tradición, de ser atravesados por otras voces que, con igual vitalidad que las voces presentes, demandan un lugar aquí. En este sentido es ejemplar el caso de Lezama Lima y su diálogo siamés con Luis de Góngora. El caso de Gonzalo Rojas es igualmente ejemplar. Desde muy temprano en su poesía, Rojas se ha encadenado a una tradición poética y no la suelta. Esa tradición -esos nombres y esas voces vivas- funcionan emblemáticamente, son talismanes que operan para neutralizar aquello que el poeta ve como sinónimo de pérdida o de desgaste de lo humano, de lo vital o de lo poético mismo. En vez de huir hacia el pasado buscando aquel lugar íntimo que lo consuele, Rojas atrae ese pasado a este ahora, a través de nombres con los que entra fácilmente en sincronía, porque son nombres -o poéticas- con las que es posible dialogar formalmente. El arcipreste de Hita, San Juan de la Cruz, Agustín de Hipona, Santa Teresa, Rimbaud y muchos más son convocados para hacer acto de presencia en sus textos con el fin e ordenar un poco este caos. A veces son nombres pero a veces también pueden ser palabras, puede ser el lenguaje mismo que adquiere una sobrepresencia:

Ya no se dice oh rosa, ni
apenas rosa sino con vergüenza; ¿con vergüenza
a qué?, ¿a exagerar
unos pétalos, la
hermosura de unos pétalos?
Serpiente se dice en todas las lenguas, eso
es lo que se dice, serpiente
para traducir mariposa porque también la
frágil está proscrita
del paraíso. Computador
se dice con soltura en las fiestas, computador
por pensamiento.

La apelación a un lenguaje que ha decaído del uso no está practicada desde la nostalgia sino desde la ironía, elemento corrosivo que señala la banalidad, la frivolidad y la imbecilidad de la época en que vivimos. Pero la mirada al pasado no es nostálgica, en esencia, porque la forma poética que elige Rojas no lo es. Gonzalo Rojas ha flexibilizado de tal manera la matriz de su escritura que todo tipo de discurso cabe allí. Lenguaje objeto, metalenguaje, exclamaciones e interrogaciones: todas las conversaciones son posibles dentro de esa estructura que obliga a una lectura en zig-zag, a una lectura de sintaxis quebrada donde menos se esperaba, porque su base es la respiración y la respiración es personal. En vez de cerrar, Gonzalo Rojas abre. Y abre porque sabe que solamente en una estructura abierta -una estructura casi sin estructura- pueden dialogar todas las voces presentes y puede hablar también la tradición. Ese airear el espacio de sus textos es posibilitar la presentificación de otras voces y otros ámbitos para que todos hablen, los vivos y los muertos en pie de igualdad. Porque no se trata más que de eso.

En: Revista Vuelta, 13, Nº152, 1989.

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile