Nuevos Estudios sobre la Poesía de Gonzalo Rojas | |
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V Apropósito de "Nieve de Provo" Un poeta nuestro que, por sobrio, corre el peligro de parecer parco, Pedro Lastra, señaló hace algunos años que a los de su generación, Gonzalo Rojas les había enseñado a ejercitar la vigilancia de la palabra (1). Lección no pequeña. Frente a la sobreabundancia nerudiana, a los exabruptos de De Rokha; ante la carencia de posibilidades de identificación con los proyectos de la Mistral y la distancia polémica a la que obligaba Huidobro, en las décadas de los cincuenta y sesenta, en Chile, se necesitaba la presencia de una voz que, sin postulaciones rupturistas extremas -algo y mucho de ello es Parra-, recogiera las enseñanzas de las búsquedas sin estridencias, el apego a los clásicos de la lengua, la opción por la originalidad sin originalismos y el anhelo de la autenticidad. Atenerse a visiones personales, respetar los contextos y sus requerimientos, no dar saltos desviasionistas extremados y -adoptar la sobriedad por disciplina, no eran tareas fáciles. Se necesitaba el caso ejemplar, un modelo que no se impusiera con normas sino con su propia conducta. Fue así como se perfiló, ante los poetas de la llamada generación del 50, la presencia de Gonzalo Rojas. Frente a ella y a las siguientes. El reconocimiento es también cauto, muy distante de los discipulismos fáciles a que parecía invitar -quisiéralo o no- la antipoesía de Parra. Los que transitan por las direcciones ofrecidas por el autor de Contra la muerte, lo hacen a sabienda de su marginalidad de las vigencias inmediatas, de su trato con la poesía a despecho de toda publicidad. Las exigencias de Gonzalo Rojas eran -lo son: lo siguen siendo- calar hondo. Ello implicaba el trato moroso, disciplinado diríamos, con la tradición y sus rupturas, con la tradición de los cambios, pero también con las búsquedas de continuidad. Gonzalo Rojas lo señaló de múltiples maneras en muchas oportunidades y los poetas más jóvenes oyeron su advertencia, reconociendo en él un maestrazgo que no era ni de escuela con preceptos fijos, ni de ortodoxias de ésas que parecen no perdonar nada. Un poeta de generación siguiente a la del citado Lastra, Gonzalo Millán, supo formularlo con propiedad y lo por él dicho vale para él y, estoy seguro, para muchos de su misma promoción:
Por allí está, me parece, la situación justa de Gonzalo Rojas en el proceso de la poesía chilena del último plazo. No extrañará, entonces, que su voz haya ido imponiéndose, sin prisas pero sin pausas, entre los poetas nuestros de hoy, a quienes ofrece la lección de su poesía activa ("más que escribir, quiero vivir como poeta"). De las muchas facetas de esa enseñanza suya, me llama, también a mí, poderosamente la atención el cuidado por él puesto en la formulación poética. Esa actitud de respeto suyo por el trabajo responsable frente a la materia verbal, el buscar siempre cómo formular con propiedad la visión propuesta, todo eso que explica tanto su sobriedad en el publicar como la atención puesta en los estratos-fónicos, morfo-sintácticos y estructurales de su dicción. En cada verso parece darse por entero: de allí su falta de condescendencia con los facilismos, el cuidado que presta a los recursos de la lengua, su preocupación por plasmar lo que en él son visiones. Tomo, a modo de ejemplo, uno de sus textos más recientes:
En una impresión inicial, este poema parece ser el desatino mismo: las conexiones no se establecen lógicas, las imágenes desfiguran sus propiedades concretas y los enlaces no aparentan ofrecer el rigor de las relaciones conceptuales. Mucho hay allí de desajustado, de incoherencia quizás. "Texto loco" en el calificativo del propio autor al remitirlo a sus auditores. Texto que, así, sin embargo, responde a eso que es "locura" todo en el mundo mismo que el poema devela. Nosotros, los receptores, debemos volver sobre la propia impresión para captar la unidad entrañable que anuda al cúmulo de propuestas imaginarias. Recojo una de las más sobresalientes de esas proposiciones, bastante críptica si no se tiene en cuenta el sistema al que se integra dentro de la totalidad que la incluye: la de la Nariz, que es por donde entra Dios, una nariz que dialoga, en el encantamiento, con el aire. Su ámbito de acción lo constituye, por definición, el aire. El aire y lo que en él mora o lo que él connota. Constatar tal Obviedad obliga a plantearse el valor semántico que, en la restricta simbólica de nuestro poeta, porta tal término. En la Poesía de Gonzalo Rojas el aire es la definición misma de la plenitud anhelada, del cumplimiento de las realizaciones positivas. Y el respirar constituye opción de un aproximarse a los ritmos del Universo que su poesía quiere acceder. O sea respirar, respirar hondo, consiste en captar el sentido de la existencia, apreciar lo oscuro de la miseria del hombre en medio de su transtierro, de su desvivirse cotidiano que es búsqueda de la totalidad desde las falencias del acontecer, eso que sólo puede percibiese en el relámpago de una intuición siempre acosada por sus desvaríos, impotencias y limitaciones. Limitaciones, impotencias y desvaríos propias del hombre y su miseria, de la miseria de ser hombre, siempre en lucha contra la muerte (3). En el intento por percibiese en el acontecer complejo y múltiple del acoso existencial, aparecen valencias varias de ese ser-en-el-mundo que la poesía de Rojas busca identificar. La trascendencia posible y anhelada, en amor en su dimensión erótica -la cercana y la otra-, las opciones ofrecidas por poéticas vividas en lo que de ellas es -se aprecia- como válido, las apetencias de un Kafka ejemplar, el fenómeno ahí, ahí mismo, de lo que para algunos es definición de lo real maravilloso americano y que, para Gonzalo Rojas, para él sin dudas, constituye la maravilla de la realidad nuestra. Todo sin olvido de la dimensión muy personal, privada quizá, pero significativa, del ámbito propio, nunca ajeno a sus preocupaciones básicas. Y la infancia, el sitio privilegiado del retomo constante, Lebu en su oleaje blanco fijo, con sus dragones de espuma. Pero sin olvido tampoco de esa otra dimensión de la existencia que es el desvivirse en la Historia, en los espacios donde moran caudillos y pueblos, pueblos que no enajenan su condición. Y, en enlace explicable para los que padecen la consistencia de los desajustes históricos en nuestro Continente, aparecen los generales engominados -qué sugerente imagen-, los dictadores de la farsa. Para que todo culmine en el desencanto que viene a dar el tono de la visión propuesta. Desencanto e impotencia que se resuelven, sin embargo, positivamente, en la confianza cierta de que existe el posible diálogo de nariz y aire con lo que es tanto encantamiento. Y es precisamente la percepción de una vastedad compleja, del Todo en su multiplicidad misma, la que, en el ánimo del hablante, provoca el encantamiento. La poesía, esa que va escribiéndose con la existencia, con el desgarro y el asco, con la ironía y el pensamiento lúcido, con la violencia erótica y la nostalgia, la poesía se ofrece, en la visión del texto, como una opción de diálogo entre el perceptor del mundo, su órgano de aprehensión y las entidades que se constituyen en la Realidad. En el poema se da, como ya antes entre otros textos de Gonzalo Rojas con los que guarda continuidad de visión y temple, la comprensión de relaciones entre el aire cósmico y el aire humano (el aliento): lo que es principio cósmico que emite y llena el mundo, aparece también como principio microcósmico en la nariz humana que lo respira. La aprehensión -decíamos- apunta a varias de las dimensiones constitutivas de lo real (el anhelo es de Totalidad) que entran en constante relación de oposiciones, de enfrentamientos sin resoluciones fáciles. El "yo" y su corporalidad siempre muy resguardada ante la opción de lo eterno sin atención suficiente (1ª estrofa); lo erótico y la Historia en la 2ª; el desafío extremo en la 3ª; entre la apertura a lo alto y el doblegarse en lo más mísero; la imagen de las búsquedas postuladas por poéticas diferenciadoras ante lo establecido (el surrealismo en que se alude en la estrofa 4ª) y, cuatro estrofas más, la referencia a lo acontecido en el plazo inmediato -el terremoto de México en este año, el de la redacción del texto-, trascendido en la visión que capta el mensaje críptico de los períodos precortesianos -esos mayas que se proyectan en el adivinar de los "recién nacidos intactos"-. Más la imagen del árbol que autentifica un existir ("esa casa de aire de Chillán de Chile es un abedul"), que, rápido, proyecta, necesariamente, al rincón de la infancia. Y, en salto que no hace sino subrayar la dimensión múltiple de las preocupaciones que mueven el ánimo del hablante, la referencia a lo político contingente: el horror del fascismo, en España antes, en Chile ahora y (ampliando la perspectiva, en concordancia con la efectividad de lo histórico acontecido), los generales argentinos. Para, en imagen-síntesis, plantear que todo esto último constituye un "asco de estridencia mortuoria". La estrofa final de esta silva destemplada propone, con claridad, que el poema todo es una especie de epístola que se ha ido formulando desde un largo tiempo, a sabiendas de su propia inanidad. Pero, en la formulación misma, hay esa especie de seguridad en la palabra que postula el mundo. Quizá una Nada, pero una nada cuyo designio es, en sus acordes esenciales, opción de encuentro. Diciembre de 1985.
SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile
Notas: (1) De Pedro Lastra vid. "Notas sobre cinco poetas chilenos", Atenea (Concepción), abril-septiembre 1958, pp. 148-154 y "Una experiencia literaria en su contexto", Texto Crítico (Xalapa, Veracruz), septiembre-diciembre 1977, pp. 165-169.
(2) Cito del escrito de Millán "Hacia la objetividad", texto de autopresentación solicitado al autor por Soledad Bianchi para una antología suya de la joven poesía chilena. La cita viene de copia del manuscrito que me hiciera llegar Millán.
(3) Recordemos los títulos de los libros de poesía publicados por Gonzalo Rojas: La miseria del hombre (1948), Contra la muerte (1964), Oscuro (1977), Transtierro (1979), Del relámpago (1981). En 1982 apareció una antología suya bajo el título 50 poemas.
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