En la poesía
de Gonzalo Rojas, particularmente, en la de su ámbito doméstico
más próximo: Ñuble, elementos primarios tales como
tierra, aire, agua, constituyen el esqueleto básico de la palabra
poética en búsqueda permanente de su hábitat natural.
Dichos elementos presionan amablemente pero con fuerza la materia poética
hasta convertirla en un territorio cargado de energía cósmica
y de localizaciones sagradas. En esta mirada crítica estimamos,
y así también lo han señalado muchos exegetas de
su obra que la sustancia predominante de su poesía es el aire.
El aire como expresión es el espacio más propicio para el
ejercicio de la libertad creadora; por excelencia es el reino de la libertad,
de tal modo no es extraño que sea fundamento de la poesía
de un creador tan ubérrimo como Gonzalo Rojas. Su incorporación
poética hace más transparente el acto mismo del poetizar.
Si
bien el aire es básico en esta poesía, no menos cierto que
también lo es la tierra. Estimamos que es una poesía aérea,
pero volcada firmemente hacia la tierra. Es una poesía que posándose
en la región que la origina se retira y parte nuevamente al aire
para volver hacia ella y reoriginarse otra vez en otro espacio. En dicho
planteamiento tenemos presente el pensamiento de Bachelard que nos señala
"La vuelta a la tierra no es caída, porque tenemos la certidumbre
de la elasticidad. Todo soñador del vuelo onírico posee
este conocimiento de la elasticidad. Tiene también la impresión
del brinco puro, sin finalidad, sin objeto que alcanzar. Volviendo a la
tierra, el soñador, nuevo Anteo, recupera una energía fácil,
cierta, embriagadora". (1)
Por
consiguiente, el sentido del título del poema, escrito en el 60,
"Uno escribe en el viento", afirmación manifestaria, debe
ser complementado con otro cuerpo de significados, con una especie de
contrapartida necesaria y enriquecedora: la tierra. En efecto, en la poesía
en cuestión existe también y en abundancia, el regreso del
sujeto a la tierra para nutrirse y nutrirse vitalmente, a fin de otorgarle
mayor eficacia y altura precisamente a su brinco poético,
haciendo posible de esta manera la representación del arraigo y
el desarraigo. El aire y la tierra son los vínculos naturales de
un poeta en las errancias de su exilio y en la morada que ansía
su espíritu.
El
privilegio del sujeto por el aire -recordemos el título dado por
Gonzalo Rojas a un último libro Antología de aire,
Santiago, F. de C. E., 1991-, por la palabra, no significa que llegue
a la ingravidez parcial ni total. El hablante sabe mantener sus poderosas
amarras con la tierra y constituirse en un ser que incorpora a su lírica
la pasión terráquea y la circunstancia histórica
correspondiente.
Encuadrado
el sujeto en una relatividad espacial y en un juego de identidades que
aparecen y desaparecen, tal como lo expresa en versos alabados por el
poeta colombiano Alvaro Mutis en su poema "Cerámica"
(El Alumbrado, Santiago, Ediciones Ganymedes, 1986): "Casi todo/ es otra
cosa", se apoya firme y resueltamente en las sustancias básicas
para instaurar a partir del equilibrio y el desequilibrio su ronco resuello
poético.
Entre
los vínculos más sólidos que Rojas tiene con la tierra
se encuentran las piedras, la cordillera, los árboles, las nieves.
Así lo demuestran -al menos- muchos de sus poemas de Del Relámpago,
en especial, aquellos que pertenecen a la tercera sección denominada
"Torreón del Renegado". (2) El mismo fenómeno se advierte
en "Mistraliano", un escrito que manifiesta su parentesco literario
con Gabriela Mistral, en el cual se remite al recado "Chile y la piedra",
a fin de precisar que la poeta "nos enseñó la piedra fundadora
como nadie". Como un refuerzo de esta afirmación agrega a
continuación: "Así también -hallazgo y más
hallazgo- viniera a entrar yo mismo en la materia porfiada y ácida
de las piedras del cuarenta y dos sin más impulso que el tirón
de mi pasión...". Contextualmente se hace presente en este texto
la incursión aventurera del poeta joven a la Sierra de Domeyko
en el Norte de Chile, precisamente en la década que se señala.
Ahora
bien, más tarde en la década del 80, de nuevo se encontrará
con el mismo elemento fundamental en las proximidades de Chillán
y escribirá un poema capital: "La piedra". (3) Este es un poema
que destaca el anonimato y la opacidad de una de las tantas "piedras que
son de nadie", con la singularidad y el brillo de un sujeto que apropiándose
de una de ellas, sacándola de su morada natural, la hace despedirse
de los objetos que la rodean para llevársela consigo y depositarla
cuidadosamente en su mundo poético "porfiado y ácido".
Sin
duda este, pedregoso y revelador poema, ya se hallaba entrevisto y programado
en esas sierras nortinas en las que el poeta a los tres mil metros de
altura se encuentra "de golpe con eso que era piedra y parto al mismo
tiempo, fundamento o por lo menos, rescate de tantas cosas, y asfixia
para respirar de veras...", tal como lo expresa en su "Mistraliano".
Del
40 hacia adelante, las visiones se mantienen inalterables en el espíritu
de un hablante que rescata lo primigenio y recupera en el verso aquellas
materias que encendieron su mirada, sea en el Norte o en el Sur de la
disparatada faja de tierra chilena. Loca geografía, que -según
se lee en su escrito mistraliano- "no va con lo sedentario y exige recomenzarlo
todo". Y de este modo, residiendo en Chile de Ñuble o en el Provo
de USA, sigue escribiendo sobre piedras y ríos, nieves y montañas
entre el afuera y el adentro, pero conectado siempre a su matriz original.
La
poesía de Gonzalo Rojas no es una poesía de la querencia,
del lar o del pago, salvo "Carbón" que habla de su Lebu natural
y otro poema más; antes bien hay en ella una manera abierta y amplia
de ver el mundo, hecho que le permite plasmar en mejor forma una visión
que toca las realidades más esenciales. De este modo su
poesía ofrece un sostenido diálogo con la naturaleza en
su mismísima dinamicidad y vértigo chispeante.
No
obstante, la manera abierta y en constante movimiento de ver el mundo,
no impide que el sujeto hablante formule en su poesía una voluntad
de fundar un dominio para su ser.
Es
en el poema "Torreón del Renegado" donde advertimos
mayormente la presencia del ámbito propio o de aquél que
se desea como propio. Consideramos que este es un poema, en relación
con su emisor, concebido "para morar ahí" y que surge, consecuentemente
de la necesidad testimonial, fenomenológica y existencial del poseer,
como lo dice "la casa loca del ser" en un recinto cordillerano4,
metido en la misma ribera picciregosa del río Renegado que turbulento
baja de los nevados andinos de Chillán.
Nuestra
percepción nos indica que el contenido del poema constituye un
desesperado esfuerzo del sujeto por terminar con la errancia del ser,
encontrando éste una morada en el "Chillán de Chile
arriba", y en su "vértigo mortal". Sustentamos que en el fondo
del poema existe una petición por morar, un anhelo sagrado de insertarse
en un lugar que se sueña, a fin de escuchar, como se plantea en
el poema, la música natural y, a través de ella, la voz
del Padre. Los siguientes versos del "Torreón del Renegado"
fundamentan nuestro juicio:
-
"Piedad, Muerto, por nosotros que
íbamos errantes, danos éste y no otro
ahí para morar, ésta por
música majestad, y no otra,
para oír al Padre".
Por
consiguiente, estimamos que el poema en cuestión expresa en lo
más profundo una voluntad de morada y de habitar en la cumbre de
lo natural. Se evidencia en dicho poema, como también en muchos
otros, lo que el propio poeta manifiesta "una Ventolera muy genuinamente
elemental, de materialidad en el sentido mistraliano y nerudiano, en las
prosas de la Mistral del año 26 y 27 y los tres Cantos materiales
de Neruda..." (5) En el mismo sentido, es necesario agregar que el
poema representa un regreso a los orígenes, a los elementos materiales
y el deseo de poner fin a un viaje prolongado en el tiempo. Privilegia
el hablante la expresión de su incansable actividad de búsqueda,
el hallazgo del ser en su morada. Al mismo tiempo, comunica su afán
de prolongar hasta el infinito la permanencia de ese torreón, de
esa casa de piedra y mañío, construida en plena naturaleza.
Leamos los siguientes versos:
Veólo
desde ahora hasta nunca más así
al Torreón
-Chillán de Chile arriba- del Renegado
con
estrella, medido en tiempo que arde...
A
través de este acto de ver, el hablante representa a su patria
de arriba, la natural: fija y móvil, situada en el tiempo que arde
sin consumirse y en su retina que configura su mundo. Y esta es la morada
que quisiera para terminar con su búsqueda, pero también
es el regreso de su peregrinaje a un centro que posiblemente signifique
un nuevo punto de partida para una nueva búsqueda. En esta dirección
tenemos presente el pensamiento de Heidegger quien establece que "con
la llegada del que vuelve a la patria todavía no ha alcanzado
la patria... Por eso el que llega sigue siendo todavía alguien
que busca. Sólo que lo buscado todavía no está encontrado,
si "encontrar" significa apropiarse del hallazgo para habitar en él
como en lo propio". (6) Y justamente este es, según pensamos,
el hallazgo que desea el sujeto de la poesía que nos preocupa.
El "hallazgo y más hallazgo" de "Mistraliano" para entrar en la
materia. Los textos "Mistralianos", "La piedra" y "El torreón del
Renegado" dialogan entre sí.
En
consecuencia, consideramos que el hablante poético de la poesía
de Gonzalo Rojas se debe definir como un buscador de moradas; un
ser en pos del hallazgo y del habitar. Un ser que crece conjuntamente
con las cosas sacras que lo rodean. Este sujeto que busca morada contempla
el crecimiento de esta misma en su esplendor diamantino, estableciendo
a la vez su manera de ser, tal como lo expresa en los siguientes versos:
Viniera
y parárase el Torreón
del Renegado, creciera vivo
en su madera fragante, lo
angulara aéreo todo el muro pétreo
a lo diamantino de la proa
del ventanal...
Esta
es la morada que surge como respuesta a la petición de Hilda que
encarna la voluntad del sujeto de la enunciación. El sujeto vino
a habitar "la casa loca del ser" y para lograrlo Hilda pide:
"-Piedad, Muerto, por nosotros que íbamos errantes, danos
éste y no otro/ ahí para morar...", formulando de esta forma
el deseo de terminar con la errancia, habitando aquello que le sale al
encuentro.
Y
lo que sale al encuentro es lo propio, aquello que crece vivo en
su madera, en su aire y en su luz. En otras palabras, en todo aquello
que el sujeto necesita para conservar y respirar su patria en el hogar
natural que ha elegido. Porque en buenas cuentas, el "yo rojeano" necesita
habitar poéticamente en el lugar deseado para de esta manera conectarse
con los dioses y ser tocado por el áurea de la cercanía
esencial de la cosas.
En
realidad el sujeto que vino al Torreón del Renegado ha llegado
a un regazo para habitar en lo más íntimo y hondo del país
y de su imaginación. Viene a habitar en el "cuchillo ronco
del agua", a vivir en la cumbre y en el abismo de su destinar. Llega al
torreón de palo y piedra en procura de un domicilio para su ser,
en pos de una amarra del "uno" con el "agua de los nacidos y por desnacer",
según los versos del poema.
Del
poema se desprende una manifiesta voluntad de vínculo con lo natural,
relacionándose poderosamente con la existencia personal y
geográfica de un ser que pide paz y morada. De un ser que
mediante dicha formulación quiere ahuyentar y exorcizar los designios
de un destino azaroso, en el punto preciso por el cual:
De lo alto
del Nevado de Chillán baja turbulento
El Renegado, que lo amarra a la leyenda.
La
cauda final del poema que se indica -y decimos cauda puesto que se refiere
a un río de antiguos caudales-, efectúa un juego de intertextualidad
con otra composición escrita posteriormente, titulada "Le pondremos
Renegado", publicada en 1986 (7) en el libro El Alumbrado. Pues
bien, este nuevo texto clarifica el sentido que adquiere el torreón
construido a la orilla del río Renegado. Constituye el desarrollo
iluminador del mismo motivo que conduce a un paradero estable del ser.
En
este revelador escrito se cuenta, a la par que se desentraña, la
hermosa leyenda que precede al texto, el texto, el asunto del cual se
desprende, otorgándole vida y consagración definitiva.
Pese
a que el título "Le pondremos Renegado" trae a nuestros sentidos
la reminiscencia de antiguas rondas y juegos infantiles, el contenido
del texto es dramático por la leyenda que encierra y porque evidencia
con vigor la existencia de la morada permanente para el ser, a la cual
nos hemos referido, "el hallazgo para habitar en él como en
lo propio", como lo plantea Heidegger en el análisis que hace
del poema de Hölderlin "Retorno a la patria/ a los parientes".
Se acerca entonces para el hablante el término de los exilios de
su destinar.
La
leyenda que se narra es la leyenda del llanto que formó el río
y la historia de su nombre; pero por otra parte es la historia de la toma
de posesión de un lugar sagrado para habitar en la permanencia
de la madera fragante del río tumultuoso y en la tierra de "Chillán
de Chile arriba". Parte del texto de Gonzalo Rojas es el siguiente:
El
mito es lo más hermoso: cuentan los arrieros lo que acaso sucedió.
Hubo una vez un fraile, en el siglo XVII, que se robó a una hermosa
e intentó pasar con ella a la Argentina por esos altos desfiladeros.
Dios lo hizo piedra y de su llanto nació el río. Ese es
el Renegado que viene a suicidarse de puro desconsuelo a unos 4 kilómetros
más abajo de mi casa tirándose de bruces sobre otro río:
el Diguillín.
Arcángel
o demonio, pero arcángel. Pienso que nos esperaba para ser nuestro.
Allí, en un ángulo portentoso levantamos la morada permanente
de los errantes para conjurar los exilios. El Torreón es de alerce,
de mañío y laurel, de castaño y pino fragante. De
amor.
"Pienso
que nos esperaba para ser nuestro" expresa el poeta, por la vía
del mito, dando cumplimiento con ello al término de una búsqueda.
La espera ha provocado el hallazgo para habitar, lo buscado le ha salido
al encuentro en términos del filósofo alemán. A través
de la leyenda el sujeto establece su pertenencia a un lugar determinado,
sin perder su condición de "errante". Desde allí adquirirá
sentido el ida y vuelta, la salida y el retorno, el "round-trip" del poema
del libro El Alumbrado, indicando "circunvoluciones aéreas
que van de vidrio a vidrio". Es el Cliillán de Chile que en el
poema "¿Quién dijo videncia?" de Del relámpago se
convierte, por intermedio de la transformación poética,
en Chillán de USA. Es la vuelta a la tierra que nos planteará
Bachelard en El aire y los sueños.
Concluimos
afirmando que esta necesidad del sujeto de morar en lo natural es la mejor
respuesta que el poeta ha hecho de su entorno más inmediato, revelando
a través de esta actitud su identidad y filiación chilena
y americana, robustecida por su mirada universalizadora y trascendente.
En:
Revista Cauce Nº66, Chillán, segundo semestre, 1993.
|