La
aparición, hace cerca de treinta años, de La miseria
del hombre, un libro de poesía de Gonzalo Rojas, premiado
en 1946 por la Sociedad de Escritores de Chile, fue una explosión
de vitalidad poética, que no tuvo entonces, ni tiene ahora, un
correlato crítico suficiente, una respuesta que asumiera ese desafío.
No
me propongo, en lo que serán cinco carillas, colmar esa laguna
de muchos años, sino en señalarla y lamentar que, en lo
sucesivo, esté destinada, por lo menos en Chile, a un ahondamiento
vicioso. Pues nuestra actual crítica literaria, de una sola barricada,
tiene por delante la pobre tarea - en la que ha descollado ya- de las
adulaciones o de los silencios cautelosos, y se dedica, en general, a
la inflación del nombre literario de unos cuantos mediocres, ciudadanos
estables y dignos de confianza en el mercado de las Bellas Letras.
"La
miseria del hombre, junto con algunos inéditos de diversos
plazos, desde 1936, anteriores a mi paso por la Mandrágora" (el
grupo surrealista chileno), algunos textos tomados de Contra la muerte
-el segundo libro de Gonzalo Rojas editado en 1964 y que era
ya una primera refunción del primero- más algunos textos
publicados en revistas en los últimos años y "los inéditos
escritos en el último plazo en la luz de nuestra Venezuela", forman
ahora la materia de Oscuro, título que ha dado Gonzalo
Rojas a su autoantología publicada recientemente por Monte Ávila
Editores.
Se
trata de un libro formado por más de ciento veinte poemas y proyectado,
para mayor dificultad exegética, como la reordenación de
la mayor parte de los textos, que se presentan así bajo una nueva
perspectiva y con resonancias nuevas, según el sistema que insurge
acronológicamente de sus interdependencias.
Resultaría
imprescindible, para empezar, la relectura del libro torrencial del autor,
La miseria del hombre, una rareza bibliográfica de
la que no dispongo.
Forzado
a los recuerdos y a las impresiones personales respecto de la situación,-el
periodo literario- en la que el poeta definió la posición
de su palabra con un libro torrencial y matriz de lo que luego ha escrito,
pienso en su amistad literaria con Nicanor Parra, hacia los años
cincuenta -luego enemistad injuriosamente versificada por una de las partes-
cuando se reunían en la casa de Parra, en los Guindos, para intercambiar,
como escribió éste, "la llave de la poesía negra
y la llave de la poesía blanca".
Lo
que hacía Rojas, en el marco de esos intercambios, era distanciarse
de una ortodoxia surrealista de la que nunca fue un devoto, felizmente
como sus amigos Braulio Arenas o Jorge Cáceres.
En
una antología de esa época, no muy clarividente pero tampoco
ciega, la de Hugo Zambelli (uno de los antologados desaparecidos de la
circulación poética) -13 poetas chilenos. 1938-1948-
aparecen en textos de los poetas mandragóricos mencionados, tres
de los vastos Antipoemas de Parra y algunos poemas de La miseria
del hombre.
El
parentesco entre las "voces" de Nicanor Parra y Gonzalo Rojas, parece
si no nulo ante todo negativo: se deja sentir por la oposición
de los poetas de Los Guindos al trovar clus, a toda especie de preciosismo
o manierismo; también al que practicaba, en este país, un
surrealismo muy literario, calcado de la poesía francesa, abarrotado
de esas imágenes que hundieron bajo su proliferación los
libros de poemas de André Breton, si se exceptúan textos
que como "La unión libre" justifican el abuso del "estupefaciente
imagen".
Para
Nicanor Parra ni el surrealismo ni la poesía francesa en general,
que asociaba, ante todo a "las acrobacias verbales", eran santos de su
devoción ni de su mayor conocimiento. En la declaración
de principios que cada autor entregó al antologador junto con sus
poemas, Parra especifica: "huyo instintivamente del juego de palabras.
Mi mayor esfuerzo está permanentemente dirigido a reducirlas a
un mínimo. Busco una poesía hecha de hechos y no de combinaciones
o figuras literarias". Rojas se abstiene, en su declarado vitalismo patético,
incluso de esas generalidades:
"Acabo
de publicar La miseria del hombre, pero en realidad sé
muy poco sobre poesía. Tal vez podría examinar el simbolismo
de algunos poemas, las vivencias correspondientes, el primer estallido,
las determinaciones en la palabra, lo que falta, lo que sobra, pero siempre
estaría empezando a explicar cosas que a nadie sino a mí
pertenecen."
Se
infiere de ello, además de la declarada capacidad para correlacionar
la escritura y la experiencia, el postulado de una suerte de yo trascendental
que desprecia su intimidad (la poésie du coeur) para dar, dramáticamente
"testimonio de lo efímero". "Cuando no se puede vivir sin dar un
testimonio, hay que escribir aunque todo se oponga, aunque la Poesía
se vuelva contra nuestro cuerpo efímero y lo devore. ¿No es esto
ya una prueba de que ella es más grande que el hombre?".
La
tonalidad meorromántica de esta defensa de la poesía, hay
que confesarlo, está más de acuerdo que el distanciamiento
de Parra con la actitud general de los antologados; pero los poemas mismos
salvan a Gonzalo Rojas de las actitudes operáticas en que se quedan
aquéllos, atenidos a sus turbulentas o graves, trágicas
palabras preliminares, como si luego no les saliera la voz.
A
estas alturas, parece increíble que poetas tan malos se tomaran
tan en serio. Era de rigor pues, que cualquiera emprendiera una "búsqueda
desesperada", "definiera lo indefinible", apelara a una "libertad atroz",
"nuestro único dominante poético" o visitara "la sima profunda".
Única
explicación plausible: la influencia de personalidad: Neruda de
las Residencias, Pablo de Rokha; y de la lectura caótica
de esos autores de otras épocas de los que cada época puede,
según sus preferencias, hacerse eco, ya sea para prestigiarse y
prestigiarlos en esa frecuentación o para arruinarlos y decir,
en su nombre, toda clase de tonterías. La jerga de uso hacia 1950
combinaba, pues, o mezclaba al buen tuntún, las sentencias de los
románticos alemanes, los simbolistas, los surrealistas, con las
intemperancias o las astucias de los "genios" locales.
Sea
como fuere, creo que existió un acuerdo entre Rojas y Parra, sobre
la base de una voluntad común de historizar, en poesía,
testimonialmente, en contraposición a los ademanes "olímpicos"
de sus eventuales compañeros de ruta o de antología. Ambos
admiraban a los grandes barrocos españoles "realistas"
y fantasiosos, un gusto en que se reencontraban con Neruda y la Mistral;
y ambos citaban Los cantos de Maldoror -el canto, por ejemplo,
de las matemáticas- esto es, a un autor que el surrealismo había
rescatado de los elogios dudosos de sus contemporáneos (León
Bloy y Remy de Gourmont), pero que diverge por completo de las
presuntas espontaneidades del discurso automático y sus secuelas,
tratándose de un manipulador frenético que instaló
su centro de operaciones en la sala máquina retórica
y que hizo estallar muchas de las pretensiones y terrorismos del lenguaje
poético.
Para
Gonzalo Rojas, "Lautréamont con su látigo centelleante"
puede haber sido, como para los surrealistas mismos y, en especial, para
Philippe Soupault, un profeta, un arcángel, un endemoniado, un
maldito, visión de la que da cuenta un texto clave de Oscuro:
"Publicidad vergonzante". Es también el lejano motivador
de cierta terribilitá que encara al sol en poemas corno
"Leo en la nebulosa" ("Salud, oh tigre viejo/ del Sol") y que escenifica
imágenes de lujuria y muerte: ("me besa con lujuria/ tratando de
escaparse de la muerte,/ y, cuando caigo al sueño, se hospeda en
mi columna/ vertebral, y me grita pidiéndome socorro,/ me arrebata
a los cielos, como un cóndor sin madre/ empollado en la muerte.")
Aunque
de distintas maneras, Lautréamont para Nicanor Parra y para Gonzalo
Rojas parece haber significado una misma vía de acceso para el
reprocesamiento de ciertos lugares comunes de la retórica de la
poesía negra.
El
humor frío de Parra pone en relación las imágenes
tremendistas provenientes del folletín y de la novela gótica
con situaciones módicas y banales y obtiene de ese encuentro o
contraste efectos propios de la comicidad del absurdo. Rojas prefiere
a las evidencias del collage, recordar, en sus poesías, el énfasis
elocutorio, la amplitud, la cosmicidad y la tenebrosidad del lejanísimo
modelo. Oscuro profesa una especie de creencia en la imagen del
poeta que sus textos asumen, respecto de la cual Maldoror es el gran precursor
satánico y André Breton uno de sus austeros profetas iluminados.
La vinculación y la desvinculación de Gonzalo Rojas con
el surrealismo pasa por Los cantos de Maldoror y remite a Baudelaire
en el punto en que se aparta de su nunca olvidado André Breton,
en lo que respecta a ciertos aspectos de doctrina. O de creencias o de
fijaciones. Baudelaire, en este contexto, es quien lleva a Gonzalo Rojas,
en un texto como "Contra la muerte", (Contre le mort es uno de
los secretos del arte mágico del primer manifiesto del surrealismo)
a una reflexión muy distinta a la que se habrían permitido
los surrealistas. La obsesión de la muerte en Rojas se traduce
en pura desesperación: ("no quiero ver, no puedo ver morir a los
hombres cada día").
El
"homo duplex" baudelariano, católico y luciferino, eternizado por
la temporalidad del Spleen -del aburrimiento, véase "Naturaleza
del fastidio"- obsesionado por una muerte que se vive como la pasión
de una eternidad contrariada, es en parte el hablante de los poemas de
Gonzalo. El tiempo es su enemigo mortal ("seguimos muriendo sin esperanza
alguna de vivir/ fuera del tiempo oscuro"). Hombre de poca fe, por lo
demás, que no cree en lo que desea bajo la especie de la vida eterna,
ese hablante se desliza continuamente o más bien debe resolver
su contradicción en el ámbito de la herejía considerándola,
en este contexto, como el modo en que una religiosidad hace crisis de
manera insoluble pero sin que el agente de esa crisis abandone el campo
de los valores religiosos:
Me hablan
de Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.
Puede
pensarse, al menos, que la formación católica de Gonzalo
Rojas ha dejado en él una huella imborrable por borrosa que parezca,
y que lo conduce una y otra vez a la encrucijada de la herejía,
al encuentro, en la palabra, con el padre de los poetas malditos, con
el primero de los poetas modernos luciferinos: profanación de lo
sagrado, o sacralización de lo profano. El hecho es que raras veces
la poesía de Gonzalo Rojas, se coloca al lado de un materialismo
arreligioso, y si alguien quisiera ver en esto una imposibilidad de la
poesía misma, encontraría un buen ejemplo en el autor de
Oscuro. Los valores de lo efímero material deben postularse
aquí como contravalores, bajo la especie de sacralizaciones negativas,
como los desafíos del hereje que, como no puede creer, se complacen
en la culpabilidad y a falta de un cielo o de El Cielo, eligen, en la
tierra, poblarla de evocaciones infernales. Así ocurre, al menos
en lo que respecta al erotismo, y esta poesía no deja nunca de
ser erótica. O casi nunca.
"Perdí
mi Juventud" es un texto que parodia la confesión pública
de un testigo de Jehová, un remedo del discurso confesional del
"canuto" como se le llama entre nosotros al tartajeante pero discursivo
adepto de esa secta: "Perdí mi juventud en los burdeles/ pero
no te he perdido/ ni un instante, mi bestia,/ máquina del placer,
mi pobre novia/ reventada en el baile."
El
texto sube, desde el primer momento, de tono para hacer la apología
de una prostitución sublime, a la manera de Fourier pero en la
línea herética de Baudelaire: ("L'amour peut dériver
d`un sentiment genéreux: le goût de la prostitution; mais
il est bientôt corrompu par le goût de la proprieté")
provocativa y transgresora.
La
prueba de que se trata de una provocación, la de sostener lo que
se postula como insostenible, es que el ethos de muchos otros textos posesivos
y moralistas niegan el pathos de esa imagen de la prostituta sublime y
maternal. Decididamente en el plano de lo que se puede llamar la ideología
consciente, lo que prevalece es el muestrario de una conciencia desgarrada,
ya sea que se explote este tema deliberadamente o que ya no se trate sino
de una incoherencia aparentemente involuntaria.
Voy
a rebasar el límite que me he fijado para este artículo,
en media carilla, para hacer algunos alcances tentativos, que rebasen,
a su vez, en cuanto tales, las limitaciones de una nota referida, en particular,
a sondear el aspecto-sustancia del contenido cultural de Oscuro.
Volviendo
a la relación que creo indispensable y que he llamado aquí
"los poetas de Los Guindos", creo que Gonzalo Rojas y Nicanor Parra no
son, en definitiva poetas codescendientes -no hay en ellos una comunidad
genealógica, de descendencia- sus rasgos comunes tienen que ver
con la voluntad común de filiar el arte con la vida y sólo
presentan, para seguirlo diciendo en el lenguaje aquí metafórico
del evolucionismo, "características análogas de adaptación".
De
la voluntad de ese vínculo emerge en Gonzalo Rojas, la pasión
de un sujeto existencial y trascendentalista, algunas de cuyas alternativas
tienden a retomar ciertas instancias discursivas emparentadas por así
decirlo, aristotélicamente, antes con la retórica que con
la poética, antes con el panfleto que con "la lengua poética"
la cual "debe tener un carácter extraño, sorprendente".
El
"grueso" de la obra de Gonzalo Rojas, si se me perdona esta (innecesaria)
expresión cuantitativa, es de una naturaleza felizmente más
oscura, que lo devuelve, justamente, a la necesidad de una lengua poética
propiamente tal y a su particular gesticulación sintáctica,
a las figuras de palabras que, como el juego de contrastes y antítesis
del barroco español, culminan en la formalización de lo
indecible. Dejo el estudio de ese repertorio, de esa técnica, para
otra ocasión.
Santiago,
Chile., septiembre de 1977
en:
revista Vuelta nº15, México D.F., febrero
1978.
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