El poeta.Gonzalo
Rojas rescata episodios de su adolescencia y los une a nuevas creaciones
Heredero
de Lebu -pueblo de lluvias, terremotos y araucarias- añora los
ríos y las minas del sur de Chile. Recuerda sus peregrinaciones
con lamparillas de carburo y viejas explosiones de gas grisú. O
las calles de Concepción. O la sal húmeda de Talcahuano.
O el paisaje de cisnes de su universidad.
Hoy
vive en las Colinas de Bello Monte, en un edificio impersonal, estremecido
por los vapores de los automóviles. En la vecindad, los juegos
infantiles están ceñidos por ahuyentadoras púas y
las abejas cuelgan su panal en un árbol casi harapiento.
La
palabra distancia le parece fuerte. Porque se siente entrañado,
aunque salió de Chile en 1971 y recorrió muchas geografías.
Es
Gonzalo Rojas, el poeta que colecciona conchas prehistóricas, espejos
chinos y chanchitos de Quinchamalí. Nació el 20 de diciembre
de 1917 y sólo ha publicado La miseria del hombre (1948),
Contra la muerte (1964) y, este año, Oscuro.
Un plazo para pensar
En
su departamento hay muebles españoles del siglo XIX, un Cristo
de mimbre, arpilleras y un pulcro archivo de recortes. Entre libros y
preguntas van-vienen, Rojas explica:
-Oscuro
siempre quiso ser Chile. No es juego de reminiscencia, sino de rescate.
Tiene 120 textos poéticos. A los 60 años mezclo creaciones
de 1935 y de 1966. La faena poética se me da en un arco abierto,
unitario. Se abre con mi mocedad y todavía no se cierra. Los años
nos hacen entrar hondamente en la infancia, que es la patria de los poetas.
Así
proyecta las luces de su Oscuro. Reconstruyendo su llegada a Santiago,
en 1937, a horcajadas entre el ruido de las profundidades mineras y los
fuegos de Neruda, Huidobro y Gabriela. Esa Gabriela hecha de moño
apretado y de sol, que años más tarde le escribiera: "Su
libro me ha tornado mucho, me ha removido, y a cada paso, admirado, y
a trechos me deja algo parecido al deslumbramiento de lo muy original,
de lo realmente inédito. Déme algún tiempo para masticar
esta materia preciosa..."
Zumban
las abejas en el barrio. ¡Y la multitud de automóviles! Entonces
Rojas recuerda al grupo Mandrágora, con Eduardo Anguita y Braulio
Arenas. Y los Encuentros de Escritores en la Escuela de Verano de la Universidad
de Concepción. Y, claro, muestra recortes y recortes. Cartas. De
André Breton. De Eric From. De Julio Cortázar. Fuera de
Chile ha tenido un plazo para pensar y ver desde la ausencia, no necesariamente
desde la nostalgia. Y se define como escritor larvario, del sur
tan amado, sin prisa. Que quiere dar el testimonio de lo que ve y vive
en el mundo.
Esa
famosa nostalgia
Y
deshoja su Oscuro, que consta de tres partes: Entre el sentido
y el sonido, ¿Qué se ama cuando se ama? y Los días
van tan rápido.
Y
en su mirada a Chile huele la presencia de nuevos creadores:
-Ya
vienen esos poetas. Lo mismo en Santiago que en las provincias. Es como
una gran línea genealógica, no una dinastía. Esto
hace de Chile un caso singular. Nuestro verdadero aporte al pensamiento
cultural americano está en la poesía. Envío mi saludo
y mi reconocimiento a las voces mayores y a las que vienen. Alcanzo a
oírlas desde aquí.
Lo
invitan universidades norteamericanas y alemanas. Pero no se aparta de
su Arauco de fundamento.
Lo
remata con certeza:
-Vengo
de mineros. Nací en la región de Arauco, tuve experiencias
muy dolorosas de las minas. Nunca me sentiré distante. No sólo
en los sueños, en los recuerdos, en la famosa nostalgia, sino en
cualquiera tarea. Si voy por una calle de América o Europa, no
tengo por qué no pensar en las de mi Concepción...
Y
se queda con la luminosidad de su Oscuro. Y zumban las abejas
y zumban los automóviles y...
En:
Revista Hoy Nº32, Santiago, 4 de octubre de 1978.
|